Invisible, caminas sin rumbo por un camino pedregoso cubierto de musgo. El aire que respiras es frío y te llena los pulmones. La oscuridad te rodea, pero no tienes miedo, sigues caminando con una sonrisa en tus labios agrietados.
Sueñas las promesas del mañana, haces de cuenta-cuentos del pasado, pero nunca relatas las profundidades del ayer. Riegas las malas hierbas por si de ellas brota una flor, pero el jardín no aparece y sabes que nunca lo hará.
Hay muchas cosas que no están bien, pero no quieres darte cuenta. Los días pasan y tú sigues caminando.
Aparentemente tu rumbo está marcado y definido. Ahora traviesas una maravillosa pradera de amapolas suaves al tacto, hermosas y de buen olor, pero sólo tú sabes que en realidad transitas un campo de rosales. Preciosas rosas rojas por fuera pero que pinchan y hacen heridas tan pequeñas que no son visibles para aquellos que no se han detenido a observar. No puedes quejarte del dolor, nadie lo entendería. Ni siquiera es una opción para ti.
Te envenenas poco a poco mientras analizas el resto de paisajes que te rodean. Cada vez es más difícil proyectar tus cuentos y hay más momentos de flaqueza en los que te das de bruces contra la realidad.
Es complicado. El camino no es tan malo, pero necesitas que alguien camine a tu lado.
Ya no sabes cuál es la verdadera visión ni si la estás cambiando a mejor o a peor.
En cualquier momento podrías acercarte al linde del rosal y acabar con todo, pero te da miedo. Como dice el refrán, más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer. Te da rabia que sea tan cierto.
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