Es una mezcla extraña, mitad alegría, mitad añoranza, a partes iguales de ganas de vivir la vida y temor por lo que vendrá. Es algo raro de explicar. Todo en movimiento, desplazándose, dando tumbos, rápido, agitadamente. Uniéndose y separándose en un baile enfermizo que no acabará hasta que apaguen la música.
Pero como toda canción, también nosotros necesitamos un director. Necesitamos ponernos en pie, confiar en nosotros mismos y dirigir la melodía para hacerla acabar donde siempre hemos querido.
Creo que últimamente he estado, inconscientemente, cambiando el rumbo de mi melodía. Mi piloto automático me ha jugado una
No, no quiero seguir el ritmo de la cambiante melodía, quiero ser el director de la orquesta.
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